“Messi”
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Guillermo Tagle
En realidad “messy”, suena tal como el nombre del futbolista argentino, hoy la mayor estrella mundial de este deporte y tiene en su traducción a español el significado de desordenado, desarreglado, desorganizado, lioso, embrollador, conflictivo. El semanario The Economist, en su edición de la semana pasada, usó la figura de un futbolista que llevaba ese nombre en su espalda y como titular “La Parábola de Argentina: Lo que muchos países pueden aprender de una historia de cien años de decadencia”.
La importancia e influencia de este semanario en la actividad política y económica del mundo, sumado a lo relevante que es y será el desarrollo de la historia argentina para un país como el nuestro, motivan dedicar esta columna a analizar cuáles son las lecciones para Chile de la difícil y cada vez más compleja situación que viven nuestros compatriotas y vecinos.
Como señala el artículo, impresiona recordar que hace aproximadamente 100 años el ingreso per cápita de Argentina era superior al de Alemania, Francia e Italia. Respecto de Chile, destacado como el país que mejor ha logrado progresar en nuestra región, hace 50 años la distancia de riqueza y bienestar que vivíamos aquí y al otro lado de Los Andes, parecía imposible de remontar.
El ejercicio que el semanario inglés nos invita a realizar es usar como lección lo ocurrido a nuestros vecinos, para tenerla presente, aprenderla y que no exista ninguna posibilidad de que en algún futuro podamos mirar atrás y darnos cuenta que, habiendo tenido el desarrollo al alcance de la mano, hayamos caído en una espiral de cambios y reformas; que en vez de hacernos progresar, se detenga la dinámica de avance y crecimiento y nuestros hijos deban sufrir las consecuencia como ocurre hoy a las generaciones jóvenes de Argentina.
Es peligroso cuando un país se siente más rico de lo que es. Cuando algunas fuentes de ingreso se consideran permanentes, se asumen compromisos de gastos permanentes y por razones exógenas de pronto los ingresos eran temporales, no se puede dar pié atrás y una mala gestión de la “pobreza” termina por destruir la ilusión de una vida mejor.
El éxito que ha tenido Chile en las últimas décadas ha sido sostenido y ha permitido aspirar cada vez a mejores condiciones de vida. Sin embargo, tenemos aún una fuerte dependencia a fuentes de ingreso que pueden ser temporales, como por ejemplo los ingresos que provee la actividad minera, principal fuente de divisas de nuestro país. Los impuestos que se pueden recaudar de las empresas y de los consumidores, también pueden desaparecer si el progreso económico se detiene.
Por razones naturales, la ciudadanía de Chile quiere vivir mejor. Quiere tener una sociedad con mejores oportunidades. Ya sabe que es posible lograr que la calidad de vida de una generación a la siguiente, pueda tener un cambio tan importante como el que todos quienes ya hemos vivido la mitad de nuestras vidas hemos podido constatar. En todos los estratos sociales, la mayoría de las personas adultas viven mejor que durante su infancia, y los jóvenes viven significativamente mejor que sus padres y abuelos.
Esto que en Chile nos parece natural, no ocurre en Argentina donde se vive exactamente lo opuesto: los adultos viven hoy mucho peor que durante su infancia, los jóvenes mucho peor que sus padres y, definitivamente, peor que sus abuelos. ¿Cómo un país habitado, según The Economist, por “the best-looking people on the planet”… (¿?) puede en dos generaciones haber desperdiciado tan radicalmente, una tan buena oportunidad? Simplemente estas cosas ocurren por mala gestión, políticas públicas equivocadas, confusión de principios y valores, sin fortalecer una institucionalidad democrática sólida, reconocida y respetada. Creer que simplemente “repartiendo” todo lo que el Estado pudiese captar, se podría generar bienestar permanente. Algo parecido a lo que en estos últimos años Venezuela (que también fue uno de los países más ricos de la región) ha venido haciendo, repartiendo indiscriminadamente los recursos obtenidos de la bonanza del petróleo.
Es importante para la ciudadanía y las autoridades de nuestro país, mantener siempre viva la experiencia de lo ocurrido en Argentina, apreciar todo lo que hemos logrado construir aquí, mientras a igual o mayor velocidad han sabido destruir allá. Para que nunca vaya a aparecer un titular tan fuerte sobre Chile, como el que The Economist puso para Argentina. Que algún día la portada de dicho semanario ponga a Chile como ejemplo y por el contrario, su títular diga: “Lecciones para el mundo de cien años de progreso y crecimiento sostenido”.